»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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Emmanuel Carrère, escritor francés: «El personaje de Limónov me permitía contar multitud de cosas de la historia de Rusia»

Usa las armas de la ficción para acercarse a la realidad. Así, el autor francés ha entregado un puñado de libros notables.

Con su acercamiento a la realidad asaltada como en las ficciones, Emmanuel Carrère se ha convertido en uno de los escritores fundamentales de la Francia contemporánea. Entre la biografía, el periodismo y la autoficción, ha desarrollado un estilo propio, que ha dejado un puñado de libros magistrales, hondos, emocionantes, paradójicos. Es el caso de su fascinante biografía de Philip K. Dick, Yo estoy vivo, vosotros estáis muertos (Minotauro); su gran éxito El adversario, la historia de un supuesto médico de la OMS que no era tal y que, al descubrirse el engaño, asesinó a toda su familia; o, el año pasado, el gran Limónov, una historia de la Rusia de los últimos 70 años a través del símbolo de un personaje excesivo, poeta maldito, combatiente con los malos en los Balcanes y líder de un partido antisistema, entre punk y nostálgico.

Este último volumen entró repetidas veces en las listas de los mejores libros publicados en el 2013. Su óptica desprejuiciada y curiosa, su estilo cristalino, mordaz, directo, convierte a Carrère en un grande de las letras europeas, que hizo recientemente escala en el Hay Festival Cartagena.

— ¿Cómo define lo que hace?

— Libros, historias. Evito calificarlo como novela. Ese género lleva el peso de la ficción y lo que yo hago no es ficción puramente, aunque estén escritas como tales, con sus trucos, pero sin inventiva. No es que el material en mis libros sea la vida y en la ficción no, porque también se llenan de vida. Escribí ficción, pero lo dejé, y ahora no lo hago. Tampoco he llegado a este punto después de una reflexión teórica, no es que crea que la novela ha muerto. Las leo, me encantan, pero no me interesa abordar ese género. Lo que me interesa en este momento se mueve fuera de la ficción. Tampoco me da mucho por lo autobiográfico.

— Bueno, esparce su vida en sus libros, con nombre y apellido.

— Sí, lo distribuyo, pero es porque va apareciendo naturalmente en el trabajo, cuando se combinan las cosas que me interesan en la vida con lo que estoy tratando. Pero, insisto, sin artificios.

— Ud. tiene instinto para saber qué historias pueden interesar sin que a priori resulten atractivas. Por ejemplo, a quién se le podría ocurrir que Limónov fuera un tipo interesante.

— Sí, en eso estoy de acuerdo.

— O simpático, después de mostrarse un ultranacionalista ruso, belicoso, combatiente en los Balcanes con Arkan, menudo angelito.

— Sabía que a quien se pusiera a leerlo le acabaría por atraer, pero no tenía idea de que iba a seducir a tanta gente. Más leer un libro sobre un ruso que de entrada no te podía caer bien.

— Pero ¿se trata de un libro sobre un ruso o sobre Rusia?

— Sobre Rusia, esa era mi intención. Un país al que he viajado a lo largo de los últimos 15 años, dedicándole largas temporadas, conociendo a mucha gente, haciendo documentales. Quería escribir algo sobre el país, pero no sabía exactamente qué ni cómo.

— ¿Y encontró un símbolo?

— No diría tanto, pero sí un personaje que me permitía contar multitud de cosas acerca de la historia reciente. Mezclé dos esferas. Nunca lo había hecho: la historia y la aventura.

— ¿Una posmoderna novela de aventuras?

— Más o menos. O clásica, con trama, con mucha acción. Estaba obsesionado con incluir ambas cosas, y pensé que si aquello me removía tanto a mí, también les pasaría a los lectores.

— ¿Algunas veces sintió ganas de estrangularlo?

— Mis sentimientos hacia él iban cambiando.

— ¿Y ahora?

— Lo mismo. Había escrito una historia larga en una revista sobre Limónov. Entre los círculos de demócratas que entrevisté, todos me hablaban con gran respeto sobre él. Me sorprendió, porque yo tenía la idea de que era un fascista. Así que me intrigó. Después de pasar dos semanas con él casi todos los días, no tenía claro qué pensar. Me encontraba más confundido si cabe, pero decidí comenzar el libro precisamente porque no sabía si iba a ser más incómodo que emocionante. Y cuando terminé el libro seguía igual... Lo aprecio, lo respeto, pero es que viene a ser mi auténtico antagonista. Y me alegro de que no tenga posibilidad de alcanzar nunca el poder.

— Esperemos...

— Es que si así fuera, a Ud. y a mí nos enviaría al Gulag, pero, por otra parte, le respeto, porque tiene valor, ha pagado las consecuencias de sus actos. Quise llegar a una conclusión, a una síntesis, en el libro. Después de todo, quería saber si es un buen tipo o no.

— Al final lo compara con Putin.

— Creo que eso es lo que más le disgusta del libro.

— Pero tiene Ud. razón.

— Hay una diferencia. Putin es un hombre de poder, y Limónov, un rebelde.

— Pero ambos añoran la gran Rusia.

— Sí, ambos son nacionalistas, desprecian la democracia.

— Sienten nostalgia del estalinismo...

— Sí, y aun así tengo la impresión de que lo lee gente de sensibilidades opuestas a eso, más como yo que como ellos. Demócratas, defensores de los derechos humanos, del Estado de bienestar, pero se interesan en un tío que cree que nuestros principios son una mierda.

— Que se basan en la hipocresía.

— Nos ve como hipócritas, lo equipara al colonialismo católico en la edad moderna, pero ¿sabe qué?, que no deja de llevar razón en algún aspecto, aunque no nos guste. El hecho de tratar de acercarnos desde nuestra perspectiva a sus posiciones es lo que hacía el reto muy interesante... El está encantado con el libro, le caigo bien y está bastante agradecido. Me comentó que jamás diría lo que piensa sobre ello, pero está contento. Dice que soy el típico burgués intelectual que desprecia, pero es lo suficientemente listo como para darse cuenta de que una historia sobre él, firmada por un escritor acólito, a nadie le interesaría.

— Desde luego. En Limónov acertó de lleno; en su perfil de Philip K. Dick, también, aunque en principio despiste.

— Bueno, con Limónov corría un riesgo, tuve en cierta manera que inventármelo, pero el otro personaje ya contaba con dos biografías, tenía su prestigio y seguidores. Pero en mis elecciones no sólo cuenta que yo crea que le va a gustar al público, influye que me quiera apetecer pasar dos años de mi vida siguiendo sus rastros. Necesito que me sean ajenos, pero cercanos; tiene que existir un eco mío que resuene en ellos.

— Sin embargo, ante Jean-Claude Romand, el médico impostor que asesinó a su familia y en el que se basa su libro El adversario, lo que tuvo que sentir fue terror.

— Sí, desde luego, mucho, mucho miedo, y psicológicamente fue muy duro. Me llevó siete años decidirme a escribirlo, fue una experiencia terrible que no repetiría. En esa historia del hombre que oculta su vida y cuando los suyos se enteran de la realidad los asesina, palpita la muerte por todas partes. En Limónov, pese a sus bajadas a los infiernos, se sobrepone una energía vital.

— Pero lo que le une a esos personajes es su espíritu contradictorio. En Limónov cuenta usted cómo en su juventud era de derecha y ahora es socialdemócrata.

— Me dan mucho miedo esas definiciones de izquierda y derecha. Más después de mi inmersión en Rusia. Cuando eres un nostálgico del estalinismo, ¿qué te consideras? ¿De derechas o de izquierdas? Bueno, yo creía que el derechismo -no era un facha ni mucho menos- me hacía más dandi. Lo contrario a lo que pensaba la mayoría de la gente de mi edad. Ahora no es que me considere de izquierda. Un socialdemócrata no radical de esos a los que Limónov pegaría: soy un demócrata, creo en nuestro sistema con sus imperfecciones.

Javier García | «La Tercera», 08.03.2014

Emmanuel Carrère

Original:

Javier García

Emmanuel Carrère, escritor francés: «El personaje de Limónov me permitía contar multitud de cosas de la historia de Rusia»

// «La Tercera» (es),
08.03.2014