»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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Limónov

Nicolás Mavrakis

Como biografía de Eduard Savenko, Limónov es un artefacto con poco que envidiar al Life of Samuel Johnson de James Boswell. ¿Podría, incluso, aspirar a superarlo? El motivo por el que uno vuelve a Boswell es que Jorge Luis Borges supo leerlo como la estructura narrativa perfecta donde hilar texturas reales y ficticias hasta alcanzar una verdad que trascendiera una y otra cosa. Esa verdad es estrictamente literaria y las consecuencias de su lectura son estrictamenteestéticas. Entre las muchas brújulas para explorar Limónov, esta puede resultar particularmente útil.

Si las biografías redactadas por periodistas tienen como horizonte devenir documento histórico de consulta para historiadores —devenir que asimila, de manera apresurada, que el personaje en cuestión tiene realmente alguna relevancia histórica—, la biografía de Emmanuel Carrère alrededor de Eduard Savenko parte del mismo estado elemental de la cuestión pero para revisar con astucia el cúmulo de coordenadas de composición analógicas de un género que incluso la web —donde biografía y autobiografía se entremezclan a través de plataformas tan múltiples y dinámicas como Wikipedia— revela más contemporáneo que nunca. La pregunta banal alrededor de Limónov es quién es Eduard Savenko. La preguntarelevante es otra. ¿Se puede considerar posible hoy narrar a un tercero sin narrarse también a uno mismo? ¿Es la percepción de un sujeto y de su vida y de sus circunstancias una experiencia inevitablemente subjetiva? Y en caso de que así fuera —y Carrère lo cree, sin dudas—, ¿cuál es el formato estético más adecuado para hacerlo? ¿Qué estrategias son las más útiles? ¿Y cuál es el precio que debe pagar esa representación?

Como escritor —porque se trata, esto es evidente desde el comienzo, de un escritor que escribe sobre otro y que desde ahí redefine el uso de la herramienta del lenguaje, ese vector que en la simple y amena biografía periodística se agota en el mero acceso a una suma de oraciones gramaticales—, Carrère explora sus respuestas desde una zona deliberadamente ambigua. Especulación, investigación (cuatro años de investigación), ficción e introspección, de principio a fin.

Limónov es, efectivamente, la biografía del escritor ruso Eduard Savenko. El poeta que se crió entre delincuentes juveniles en las provincias soviéticas, el hijo de un soldado cuya tarea más valiente fue servir como engranaje menor en la maquinaria de exterminio estalinista. El inmigrante viril que se forjó una reputación de poeta maldito en París y que se prestó a la miseria y a la homosexualidad y al trabajo de aserrar su propio ego en Nueva York. El agitador político que regresó a la nueva Rusia postcomunista. El autor de éxito que se involucró en guerrillas de Europa del Este, fundó un partido bolchevique y estuvo tres años preso por orden de Vladimir Putin. Pero Limónov es, también, un ir y venir a través de las fronteras de la representación que exige una vida extravagante —una vida violenta, marginal, literaria, errante, política: en una palabra, soviética— a los ojos de Emmanuel Carrère, hijo de una familia burguesa de clase media parisiense y profesional, beneficiada por todas las ventajas y vejada por ninguna de las contrariedades de una democracia de corte liberal, de sensibilidad socialista, a la sombra plácida de una de las tradiciones humanísticas más sofisticadas de Occidente.

Es en el espesor del hilado autobiográfico que atraviesa Limónov donde Carrère revela con desconcierto el intersticio vital entre Rusia y el resto de Europa. Mundos geográficamente inminentes y simbólicamente lejanos —demasiado lejanos, intuye Carrère— cuando se trata de asimilar las formas de experimentar la Historia y las formas de la violencia que conlleva esa Historia e incluso el concepto mismo de intelectualidad que circunda a esa Historia para socorrerlo con la urgencia de un sentido que ordene, repudie o justifique sus pasos.

En una ocasión, Eduard Savenko, que ha desplazado su nombre hacia Limónov, su percepción de la literatura hacia Moscú, su juventud hacia Francia y su sexualidad hacia Nueva York —junto a las mujeres que amó: Anna, que se suicida; Elena, que lo abandona por un conde italiano; Natasha, que se abandona al alcoholismo— regresa a Rusia. Su objetivo es borrar de la conciencia colectiva de sus compatriotas la idea perversa de que las peripecias, la voluntad y las vidas que prosperaron durante setenta años de URSS no han transcurrido en vano (los 40 millones de muertos devorados por el Sistema han sido débiles e inadaptados, sabe Limónov, y está dispuesto a tomar las armas para repetirlo). En la casa de sus padres, sin embargo, se siente desplazado. «¿No quiere el hijo reinstalarse aquí? Aquí se está bien, es confortable, tranquilo. Cortando en seco sus ilusiones, Eduard dice que ha venido a pasar solamente unos días. Explica por qué ha ido a Moscú: su gira de VIP, el libro publicado con una tirada de trescientos mil ejemplares. Le gustaría que sus padres comprendiesen que ha triunfado, que estén orgullosos, pero nada de lo que les cuenta parece interesarles. Está demasiado lejos de su mundo, ni siquiera le preguntan si tienen un ejemplar del libro para ellos. Él se alegra porque no trae ninguno y porque, si hubiera traído alguno, el retrato que hace de ellos no les agradaría. Lo único que quieren saber es si tiene una mujer y si pueden esperar tener nietos algún día».

Si Johnson realmente dijo alguna vez que sólo los estúpidos escriben gratis —«No man but a blockhead ever wrote except for money»— carece de sentido en la medida en que Boswell ha construido por siempre en Life of Samuel Johnson a un hombre a la altura de esas palabras y a la altura de la latencia de esas palabras. La saga de desplazamientos de Limónov, parece por su lado indicar Carrère con esa escena de profundas incompatibilidades privadas, ha significado un precio.

«Hay que construir la estrategia de vida sobre el presupuesto de la animosidad del prójimo», dice en la cima de su madurez Limónov. «Vivo en un país tranquilo y decadente, en donde la movilidad social es reducida. Nacido en una familia burguesa del distrito XVI, me convertí en un bobo del X. Mis padres tienen una casa de veraneo en la isla de Ré, a mí me gustaría comprarme una en el Gard», dice en la cima de su madurez Carrère. ¿Cuál de los dos ha pagado el precio más alto para convertirse —como hace Carrère, quien se permite colocarse sin parpadear en una serie de «escritores capaces, como Philip K. Dick, como Martin Amis o como yo, de absorber bibliotecas enteras sobre todo lo que le ha ocurrido a la humanidad en Rusia en el siglo pasado»— en el escritor más importante de su país?

«Cuando Limónov llega a París, yo acababa de volver de una estancia de dos años en Indonesia. Lo menos que se puede decir es que antes de esta experiencia yo no había llevado una vida muy aventurera. He sido un niño formal y después un adolescente demasiado cultivado», escribe Carrère sobre Carrère. Sobre Limónov, el hombre de acción que desprecia a losapparatchik de la cultura oficial, dispara una ametralladora sobre Sarajevo o alcanza el Nirvana mientras limpia la pecera del director del presidio donde pasa tres años de su vida —una cita arruinaría la experiencia de lectura— Carrère escribe que sus notas periodísticas —que llaman al alzamiento contra el status quo después de la glasnost— se publican para el mismo público ruso que se entretiene con anécdotas sobre una buena mujer que «para castigar a su hija, la ha encadenado a la intemperie, a menos treinta bajo cero, y la chica se ha congelado hasta tal punto que ha habido que amputarle los brazos y las piernas. En cuanto llevaron a casa lo que quedaba de la niña, un tronco, el compañero de la madre se apresuró a violarla y la hija dio a luz a un pequeño al que a su vez también encadenaron».

La anécdota, trivializada por un diario barato leído en un tren, esa historia de castigo, frío y prosperidad de la vida, sugiere una y otra vez Carrère, encierra de algún modo la naturaleza cabal de la psíquis rusa y la imposibilidad de que todas las intenciones, toda el ansia de corrección política y el genuino espíritu pedagógico del progresismo europeo —que Carrère representa en sí mismo y en la narración de su experiencia Limónov— encuentre otro destino que descarrilar trágicamente frente a lo impenetrable. Carrère no es ingenuo en este punto y sugiere —todo Limónov gira también alrededor de esta sugerencia, de manera más o menos explícita— que la vitalidad de Rusia resulta hoy tal vez demasiado viva para la placidez mórbida de la Europa próspera y aletargada que aún prefiere imaginarla como un punto turístico entre la barbarie y el laboratorio de las ciencias políticas.

«Eduard se mira sus anillos, se atusa la perilla de mosquetero: ya no es Veinte años despuésVizconde de Bragelonne. He agotado mis preguntas y a él no se le ocurre hacerme ninguna. No sé: alguna sobre mí. ¿Quién soy, cómo vivo, estoy casado, tengo hijos? ¿Prefiero los países cálidos o los fríos? ¿Stendhal o Flaubert? ¿Los yogures naturales o los de frutas? Ya que soy escritor, ¿qué tipo de libros escribo? Dice que el interés por el prójimo forma parte de su programa de vida y sin duda se interesaría por mí si yo hubiera estado en la cárcel a causa de un crimen hermoso y muy sangriento, pero no es el caso. El caso es que soy su biógrafo: le interrogo, él responde, cuando termina de responder se calla, se mira los anillos y aguarda la pregunta siguiente. Decido que no estoy por la labor de chuparme varias horas de entrevistas así, que me las apañaré muy bien con lo que tengo. Me levanto, le doy las gracias por el café y el tiempo que me ha dedicado y en el umbral de la puerta me hace finalmente una pregunta:

— Es extraño, de todos modos. ¿Por qué quiere escribir un libro sobre mí?

Me pilla desprevenido pero le respondo sinceramente: porque tiene —o porque ha tenido, ya no me acuerdo del tiempo verbal que empleé— una vida apasionante. Una vida novelesca, peligrosa, una vida que ha arrostrado el riesgo de participar en la historia.

Y entonces él dice algo que me deja de una pieza. Con su risita seca, sin mirarme:

— Sí, una vida de mierda».

Juego de espejos por momentos cóncavos y por momentos convexos, biografía y autobiografía hacen de Limónov un libro interesante no porque cuenta la vida de un hombre —un escritor cuya obra, en Argentina, resulta tan exótica como inconseguible— sino porque cuenta y desafía las formas que tiene un hombre de contarse a sí mismo en la medida en que cuenta la vida de otro. En la brumosa Unión Soviética que añora Limónov y que atormentaba a Solzhenitsyn, eso se prestaba a las indagaciones de la mejor literatura. En el Occidente capitalista y desengañado de los rusos de finales del siglo XX, se percibe mejor en Facebook. Cuenta Carrère que Limónov suele estar atento a si es su cuenta en esa red social o la de uno de sus ex aliados políticos la que recibe más Likes. No es difícil imaginar que Carrère y Limónov encuentren en esa aparente trivialidad un verdadero punto de contacto a pesar de todo. Carrère y Limónov, avocados a la tarea de invertir su energía en algo que sólo en apariencia demarca una ontología inútil. Carrère y Limónov finalmente hermanados; como Caín y Abel, en tal caso, pero hermanados. Condición que Boswell no se animó a poner en juego con Johnson.


«Revista Paco», 19 abril 2013

Eduard Limonow

Original:

Nicolás Mavrakis

Limónov

// «Revista Paco» (pt),
19 abril 2013