»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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Mentir de verdad

Rafael Gumucio

"A un Limonov de ficción le hubiese reprochado lo mismo que constituye su gracia como libro de no ficción, su empeño en resumir en una vida de ahora mismo todas las obsesiones de la literatura rusa de siempre..."

Dudo que hubiese leído con tanto fervor Limonov de Emmanuel Carrère si hubiese sido una novela. A una novela le hubiese exigido más estilo y menos sorpresas, más densidad en su escritura y menos páginas intentando justificar ante el tribunal de lo políticamente correcto las contradicciones de su personaje. A una novela me habría frenado, en suma, el carácter demasiado novelesco de su trama: la increíble historia de un poeta que se hace sirviente de millonario en Nueva York, escritor de moda en París, guerrillero pro serbio en Bosnia y líder de un partido nacional-bolchevista en Moscú.

A un Limonov de ficción le hubiese reprochado lo mismo que constituye su gracia como libro de no ficción, su empeño en resumir en una vida de ahora mismo todas las obsesiones de la literatura rusa de siempre. El nihilismo de los héroes de Turgueniev; el misticismo de los de Dostoievski; la familia perdida en su suburbio de Ucrania que mira la llama de la cocina como personajes de un cuento de Chéjov; la conversión del poeta en sirviente en Nueva York que es digna de un cuento de Nabokov. Una suma de citas y guiños que en una novela me hubiesen parecido Kitsch pero que documentada, sacada de la vida misma, se convierten en un amigo, una guía para manejarse en ese mundo desconocido, la Rusia de los últimos cincuenta años, sin perderse en la inmensidad.

Carrère tiene permiso para jugar con la tradición rusa porque de alguna forma la realidad rusa hace lo propio. Limonov podría llamarse perfectamente, "Un héroe de nuestros tiempos", como se llama el clásico de Lérmontov, un Limonov de principio del siglo XIX, que adelantándose a los hechos contó su propia muerte en un duelo. En el libro de Lérmontov esto le sucede a un personaje con otro nombre y apellido que él. Limonov ya no necesita, o no puede, inventar otro personaje que sí mismo. Los lectores no tenemos la paciencia de creer en alguien que no documenta lo que habla. La autoridad perdida, necesitamos que nos abran el pecho para extraer las vísceras calientes del héroe. Demasiado entrenado en la lectura de ficción necesitamos ver para creer. Le pedimos, como los guardianes de los edificios, el carnet de identidad a los que quieren entrar.

La ficción fue por algunos siglos algo así como las imágenes pixeladas o las voces cambiadas con que dan sus testimonios los aludidos. Una forma de contar secretos sin que los aludidos se sintieran ofendidos. Una llave que se ajusta a la cerradura de la realidad y abre alacenas y armarios secretos. ¿Pero qué pasa cuando la intimidad nos es revelada sin esfuerzo? ¿Qué pasa cuando la ficción se apodera de cualquier vida, filmada por miles de cámaras de seguridad? ¿Cómo contar la historia de Jean-Claude Romand, el protagonista de El adversario , del mismo Carrère, un hombre que asesina y quema a su familia para que no descubran que no es el doctor que finge ser, que vive de la nada, haciendo horas para volver a la casa atareado? ¿Cómo entrar en una vida que se quema ante tus ojos? ¿Cómo contar el misterio de un hombre que no se explica por qué hizo lo que hizo? ¿Qué pasa cuando vidas como las de Limonov y Romand imitan tanto al arte que lo convierten en redundante?

Carrère ha decidido en ambos libros jugar la carta de la humildad. Ha abdicado hasta cierto punto de su poder sobre la historia que cuenta para mostrarnos su asombro, sus dudas, sus escrúpulos a la hora de contarnos lo que nos cuenta. Se pone en el lugar del lector más que en el lugar de su héroe. Deja que la película se proyecte en la pantalla mientras se sienta entre los espectadores a comentarla.

Ante historias difíciles de creer y difíciles de querer, Carrère se preocupa de recordarnos las pruebas que sustenta su libro. Cervantes hace lo mismo en la primera parte del Quijote. Nos habla de la crónica y del cronista del que sacó esta historia real. No se atreve a hacernos perder el tiempo siguiendo una historia inventada de alguien que no existió. Nos miente descaradamente, olvidando a la mitad del libro su propia mentira. Se lo perdonamos porque su libro es ante todo una enorme broma que habla justamente del contraste entre una realidad banal y aburrida y una ficción llena de gigantes, encantamientos y doncellas enamoradas.

Quinientos años de novela realista hacen esa broma algo virtualmente imposible. La ficción no es ya un mundo aparte. Limonov no elige ser un personaje de Dostoievski sino que es Rusia la que no puede dejar de ser dostoievskiana. Jean-Claude Romand no necesita leer a Simenon o John Cheever para ser un personaje de sus novelas. Carrère, al contar su historia debe deshacerse justamente de ese bagaje, la tradición literaria que como un filtro lo separa invariablemente del dolor, del placer, de la verdadera experiencia de sus personajes.

El realismo ha hecho de alguna forma imposible la realidad. Los libros de Carrère, como tantos otros hoy, son una prueba más de que la ficción es parte de la realidad cotidiana, la no ficción es también ficción.


«El Mercutio» (blogs), 11 mayo 2014

Eduard Limonow

Original:

Rafael Gumucio

Mentir de verdad

// «El Mercutio» (blogs) (cl),
11.05.2014