»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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Entre cuchitriles y carreteras

Adrián Bonilla

Eduard Savienko, el personaje de Limónov, el relato de no ficción del escritor francés Emmanuel Carrére, se hizo escritor un poco a la parisina, un poco en la carretera. Eduard Savienko, o Limónov, seudónimo heredado de su época de poeta torturado, Es uno de los personajes novelescos más interesantes de los que yo haya tenido noticias.

Hubo una época en que los aspirantes a escritor debían confluir en París, la ciudad luz, o vagabundear haciendo autostop por carreteras de quién sabe dónde. Aporrear una máquina de escribir, intentando decir algo interesante, en un cuchitril mínimo de las afueras de París, privado de todo, con la esperanza de que hacia el final de la noche acuñará algo decente. En otro lugar, quizá una carretera, otro, con sólo un bolso de mano y un cuaderno en qué anotar, avanza por el mundo haciendo autostop empapándose de toda la experiencia posible: podrá ser peón de ferrocarril, lavacopas, guardaespaldas, periodista, matón a sueldo, chef o lo que se te ocurra, todo valdría.

Hijo de un agente de La Checa (antigua policía secreta Estalinista, luego KGB), vivió durante los '50 una infancia gris, como la de la gran mayoría de los rusos, en un pueblo de provincias sin mayor atractivo, intentando convertirse en rufián. Durante su adolescencia frecuenta a delincuentes de poca monta (ladrones, traficantes de todo tipo y pequeños matones que, la más de las veces, terminan encarcelados o acribillados por la policía), tipos a los que admira profundamente y cuyo delinquir enaltece como una de las formas del heroísmo. Para Limónov, haber pasado una temporada encarcelado (como el mismo lo estará) es lo más próximo a convertirse en un héroe. Empresa que tratará de alcanzar durante toda su vida.

En su temprana juventud Limónov comienza a codearse con incipientes artistas underground de su ciudad. El amor por una muchacha le inspira un poema que en un concurso de poesía gana el primer premio. No es suficiente para él, el ambiente pacato de provincias lo asfixia y lo posterga, piensa. Vendrá Moscú y la tozudez por hacerse visible en su mundillo de poetas, disidentes y suicidas.

Con sus poemas que nadie escucha ni lee (porque él, con suma asiduidad, frecuenta un cónclave de poetas desconocidos y harapientos, desesperados por gritar sus verdades sobre el mundo) espera detonar una bomba atómica. Pero lo cierto es que su situación no da siquiera ni para una caja de fósforos. Asume que se ha convertido en un poeta fracasado, quelinda la mendicidad. Piensa que todo ha terminado, que fue un error intentar conquistar Moscú. Ni siquiera el halo del fracaso, especie de unción romántica, le consuela. Cuando todo parece perdido, el deshielo Brezhneviano supone una salvación.

Las cosas en Nueva York no son muy distintas que en Moscú. La diferencia es que ahora dispone de algunas direcciones y algunos números telefónicos. Pero eso no asegura nada, más allá de alguna que otra invitación a alguna fiesta fastuosa ofrecida por alguno de los tantos rusos exiliados en la gran manzana. Donde, para su infortunio, coincide en una de esas reuniones con el poeta disidente Joseph Brodsky, al que detesta. La malaria económica y el anonimato artístico le siguen carcomiendo el coco.

Más aún, cuando su compañera, Helena, una hermosa campesina rusa con ínfulas de modelo profesional, le abandona. Sobrevive escribiendo ensayos sobre política políticamente correctos en un periodicucho escrito en ruso y dirigido a la comunidad rusa de Nueva York, del cual será despedido meses después por una incorrección polítika.

Ahora sí que ha tocado fondo. Vive en un hotelucho que paga con un mísero subsidio para emigrado de alrededor de 78 dólares mensuales.

Trabaja eventualmente haciendo mudanzas con otro compatriota; el resto del tiempo deambula por la ciudad, sin rumbo fijo. Deprimido y desesperado, experimenta durante uno de sus vagabundeos una conducta sexual antes impensada. De allí surgirá su primera novela, Yo Edichka, rechazada por un editor neoyorkino.

A continuación, el snobismo de un millonario norteamericano permite que él, Limónov, se convierta en el único mayordomo de Nueva York que es ruso y poeta. Eduard piensa, para su pesar, que debe de ser el único pero verdadero poeta ruso que es un sirviente.

Ya en París, logrará publicar su novela y alcanzar cierta notoriedad. Atrás quedará la vida a salto de mata.

Volverá a Moscú, pero no les cuento más, lean el libro, que no tiene desperdicio.


«UMAS», №2, noviembre 2014

Eduard Limonow

Original:

Adrián Bonilla

Entre cuchitriles y carreteras

// «UMAS» (ar),
№2, noviembre 2014