»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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Zapoi (Limónov por Carrère)

Carles Masdeu

Escritura con aplomo, sin fisuras, sobre un personaje escurridizo, honrado y valiente.

Rusia, década de los noventa del siglo pasado. Terapia de shock neoliberal de los Chicago Boys inyectada por vena a una sociedad desorientada por la caída de la Unión Soviética, como diría Putin, la gran catástrofe geopolítica del siglo XX: «¿cómo saber, en efecto, dónde está el bien y el mal, quiénes son los héroes y quiénes los traidores, cuando todos los años se sigue celebrando la fiesta de la Revolución y al mismo tiempo se repite que aquella revolución fue a la vez un crimen y una catástrofe?» En todo caso, durante los noventa, los indicadores socioeconómicos de la nueva Federación Rusa hablan por sí sólos. Suben las tasas de mortalidad infantil y se incrementa la desigualdad, la brecha entre ricos y pobres. Un ruso medio que en 1989 vive 69 años pasa a vivir sólo 64 en 1994. Los nuevos oligarcas de Yelstin campan a sus anchas. Se extorsiona, se asesinan banqueros, se hacen negocios con armas, se vende experiencia e inteligencia militar. Mientras tanto, Eduard Limónov, el personaje (real) de la biografía novelada de Emmanuel Carrère, ha regresado a Moscú para tomar el poder, en lo que parece ser un intento desesperado por darle un sentido definitivo a su existencia.

Repasemos su trayectoria: una infancia en Járkov (Ucrania) marcada por el honor y el desgaste de la Gran Guerra Patriótica (la Segunda Guerra Mundial), las historias del gulag y los servicios de espionaje familiar del NKVD. Eduard vive aquí una peligrosa sincronía de episodios violentos y literarios, que llevan a la cárcel a muchos de sus amigos maleantes y a él, bastante más inconformista que ellos, a emigrar a Moscú, donde frecuentará la bohemia y ascenderá como un trepa en la escala social. Abandonará a su primera mujer porque se vuelve a enamorar —esta vez de verdad— de una rusa jovencita (Yelena Shchápova), aspirante a modelo, que le llevará de la mano a la cima de la gran urbe egocéntrica contemporánea (Nueva York). Allí trabaja en un periódico para rusos, escribe los libros con los que se hará famoso en la URSS (Historia de un servidor y Soy yo, Édichka) y trabaja de criado en la mansión de un multi(bi)llonario. Toca fondo cuando Yelena le abandona por un hombre de mejor posición. Se dedica entonces a arrastrarse por las calles, a dormir sobre la tierra de los parques y a follar con negros en medio de la noche, para ganarse así el aura de outsider o de estrella del rock de la literatura. Limónov vive de verdad, de forma escurridiza. Se desprende de la piel de escritor, se mezcla con la muchedumbre, admira a la gente que sale a la calle a ganarse la vida «con la navaja y con la polla». Después de este periodo de letargo encuentra editor y, como el ave fénix, resurge de sus cenizas, abandona la vida en hoteles de mala muerte y viaja a París para consolidar su fama de escritor excéntrico y su papel de ídolo entre la juventud. Saborea las mieles del éxito pero se aburre del papel que representa. Aprovechando una conferencia en Belgrado, se deja arrastrar por la causa serbobosnia, se entrevista con Arkan, simpatiza con el fascismo paramilitar, acaba disparando desde las montañas que asedian la ciudad de Sarajevo, detalle que graban las cámaras del equipo de Pawel Pawlikowski, realizador polaco que está preparando un documental para la BBC. Rinde culto al auténtico liderazgo (el suyo propio), encarna la estética del futuro. Como buen patriota que es, se enorgullece de comulgar con el discurso nacional de la ortodoxia serbia y empieza a pensar que ya va siendo hora de hacer la revolución en Rusia, a la manera de los bolcheviques, salvando a los mendicantes pueblos eslavos con un gran imperio euroasiático (conoce a Aleksandr Duguin) tomando el poder por la fuerza, como debe ser. Así que vuelve a Moscú y recorre en tren algunos parajes deplorables, puebluchos abandonados de la mano de Dios. Visita a sus ancianos padres. Se da cuenta de que Rusia le hace daño. Le duele el devenir de un país en el que jóvenes magnates, mafiosos de nuevo cuño, se reparten el pastel de la derrota del comunismo y viven a costa de los marginados. Le duele ver un país donde los jubilados venden tarros de pepinillos en los oscuros túneles de Moscú. Y mientras toma la determinación de lanzarse a la palestra política contracultural, casi de forma clandestina, funda el Partido Nacional Bolchevique. Mientras tanto, un personaje venido a menos por la pérdida de status que supuso el derrumbre de la URSS, un taxista gris, antiguo agente de los servicios secretos soviéticos en la Alemania del Este, empieza a abrirse camino. Se llama Vladimir Putin y se convertirá en la pesadilla de Eduard. Este es el contexto que escoge Carrère (el hijo de la gran sovietóloga Hélène Carrère d'Encausse) para visitar y decirle a Limónov que va a escribir una novela sobre él. «¿Por qué?» —pregunta Eduard. «Porque has tenido una vida apasionante. Una vida novelesca, peligrosa, una vida que ha arrostrado el riesgo de participar en la historia» — responde Carrère. El resultado es un muy buen libro de casi 400 páginas que Anagrama publicó en castellano en 2013 con una excelente traducción de Jaime Zulaika y que en Francia ganó numerosos premios literarios, como el Renaudot, 2011. Una garantía. Escritura con aplomo, sin fisuras, sobre un personaje escurridizo, honrado y valiente. Un personaje capaz de empezar el día entrevistado en una reunión de escritores y terminarlo durmiendo en casa de desconocidos, amenazado por un checheno que quiere robarle el pasaporte. Capaz de defender la Casa Blanca de los tanques de Yeltsin, de buscar el nirvana en las llanuras kazajas y de encontrarlo en la cárcel. Así es Limónov: «existe y yo lo conozco», nos advierte Carrère. Ahora ya tiene la biografía que siempre había deseado.


«Diagonal Culturas», 08.11.2014

Eduard Limonow

Original:

Carles Masdeu

Zapoi (Limónov por Carrère)

// «Diagonal Culturas» (es),
08.11.2014